Déjanos
ser cireneos de tu cruz.
Sufridores
solidarios de tus padecimientos.
Paliar,
con las proclamas más dolientes,
las
injustísimas heridas que te causan
el
odio, la envidia, la incomprensión ciega
de
tus detractores.
A
tanto ha llegado
el
número de los miserables que te hostigan
que
el cielo, estremecido,
torna
hoy
al
dramático gris de los nublados.
Consiéntenos
(en este día aciago,
cuando
tu delicadeza te encierra
en
nido frágil de meditación)
ser
portadores de la firmeza
que
necesitaremos
para
enfrentar y repartirnos “a escote” y con rigor
los
peligros ciertos
de
tu profusa y casquiveleta cursilería.