lunes, 1 de agosto de 2016

Adelante

Se está aislando.
Cuando se reunió con amigos a los que no veía desde hacía años, percibió el matiz. Se contaban la vida, los quehaceres residuales. Citaban a los hijos, ya grandes, que habían salido de casa, en su mayoría, algunos para vivir lejos.
Notó las señales del tiempo en los rostros, en los cuerpos, en la melancolía (esa fue la palabra) con la que estaban recorriendo la actual etapa.
Se habló algo de política, algo de las modas imperantes (móviles, Internet). De algunos recuerdos compartidos y las ilusiones que se vivieron y que ahora parecerían filtrados por un brillante barniz de cierta y remota inverosimilitud.
Comprendió una vez más que posiblemente no había mucho que hablar, que decirse.
No era sólo su desgaste: también, y principalmente, la inseguridad, los miedos derivados del último año.
Tenía que analizar todo eso con detalle. No podía rendirse.
Ahí fue cuando recibió la llamada de Marsella, que ahora se había vuelto diaria.
Adelante.

2 comentarios: