jueves, 2 de marzo de 2017

Conflictos laborales



Algunos recordarán conmigo cuando la gente de los astilleros en Cádiz, recibía sistemáticos plantones y largas cambiadas a sus reivindicaciones. Gente de carácter más tranquilo que rabioso, los ajustes, las negociaciones se aplazaban con demasía por los responsables empresariales, o medio iban diluyéndose en la concesiva, y también algo ingenua, esperanza de que por las buenas las cosas se irían consiguiendo. Se iba a ver que no era así.
Perdida la paciencia, que es caudal valioso y por ello debiera respetarse mejor, aquellos trabajadores, naturalmente aburridos del toreo, como era previsible, descubrieron o eligieron armar bronca pública, extender con brusquedad y sin mayores contemplaciones el problema, método muy clásico en el norte y que, por lo visto, pronto recibe muy más preocupada y activa atención: el número de neumáticos incendiados, barreras, farolas derribadas, contenedores volcados, etc. fue manifiestamente en aumento hasta calentar la situación de muy considerable manera.
El problema laboral planteado tenía nulo o arduo arreglo, con más de un motivo sobre el evidente de la competitividad, lastrada por los desiguales costes que la construcción de barcos tiene según los países, y aunque el gobierno hubiera vuelto a prometer grandes cosas inverosímiles.
Ahora tenemos el lío de los estibadores, que además huele a chamusquina de privilegiado monopolio y a coto exclusivo, a rígido nepotismo de rancia tradición y a huelga, como todas, algo matona.
Razón en luchar por los puestos de trabajo, la hay. Pero, con la Constitución en la mano, centenares de miles de parados españoles (casi todos los músicos, por cierto, que también son padres de familia y contribuyentes) podrían expresar tantas o más quejas, aunque carezcan de la fuerza para ejercer también los revoltosos y expeditivos, pero se ve que movilizadores, modos de estos aguerridos sectores laborales.

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