jueves, 7 de diciembre de 2017

Sustraerse

al poderoso influjo, al ejemplo de Elvis, fue una prueba casi insuperable y Halliday no pudo ni quiso superarla.
De manera que optó por ser (y lo erigieron como, sobre todo sus paisanos) la réplica gala, un poco más estridente en brillos, un mucho más rígido de voz y gestos y, al cabo, figurón más lustroso que ilustre del espectáculo durante décadas, "estrello" de relieve más exagerado que genuino y alternativa beligerantona a la nostálgica saga del existencialismo residual que de la Gréco había pasado, transmigrado de dulzura, a Françoise Hardy, de quien éramos tan tiernos admiradores; o contraste con la escuela grande de Aznavour, Bécaud, Brel y los que, menos conocidos -- Leny Escudero de las baladas, ahora ingenuas, y otros --, nos habían ido informando acerca de la chanson en sus largas variantes.
Y aunque, desde mi punto de vista, siempre pareció con bastante menos mérito, sabiduría y seducción que Eddy Mitchell (Les Chaussettes Noires, etc.), la noticia de su muerte, en esta racha tenebrosa de insistencias, tú, me ha conmovido porque llegó a ser una referencia notable, casi obligada por lo vistosa, de unos años cuyas inquietudes nos dejaron a muchos definitivamente marcados.
¿Habrá que ir entonando con cautela, testamentario modo, "My way"?  

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